Díptico Texticular


Las campanadas del cielo anuncian el ofertorio del deseo.
 El purgatorio libera los sentidos;
 los conjuros se arremolinan como lluvia de estrellas
en nuestros cuerpos luminosos
para sorber del cáliz un poco de divinidad.
En la hora que las culpas encuentran la expiación del pecado original.
Poco a poco la senda al paraíso se abre.
Lentamente la lengua reproduce las voces de los Dioses. 
Argumentando, explorando, sintiendo el peso del uni-verso
sobre el cosquilleo del ofertorio circular.
Las sombras vivifican el ritmo del infinito,
son cómplices de la dualidad vuelta sueño, vuelto ensueño; 
confeti que se derrama sobre tu vientre
en la vendimia de los besos, en el juego de serpientes y lenguas que se

entrelazan 
en una danza sensualmente espectral.
La ruta de las pléyades en el cielo
sintonizan al vaivén de las olas
con su tierna corona de espuma 
arrobando los sentidos,
en los arrecifes del delirio y pedernal.

Tu cuerpo   puerto donde las ansias amainan su crudeza,
donde las conchas marinas se abren al mandato de los elfos;
persistente al embate del aleteo del huracán.
Babilonia dormida, espejo de los tiempos donde renace
el quejido sordo de luzbel.
Presto al arrebato y la oración.

Tu cuerpo    faro a mis ansias en noches de tormenta,
timonel al encuentro de la diáfana esperanza,
ya agonía, espasmo, río de luz.
Claridad embadurnada de luciérnagas
hasta el nacimiento de un nuevo día
con un mea culpa y sonrisa de luna
tras el portal de la noche ida, zurcida de cantos, lentejuela
 y una lágrima ligeramente azul.


II
Bajo el peso de la hoguera
se funden los tiempos;
tu tiempo y mi tiempo.
En una orgía de dulces arrebatos, 
donde lo andrógino es una pantomima que no existe.
que no tiene vuelta ni revés.  
En un claro de luna cavamos hondo el deseo.
Para hurgar con los dedos humedecidos el principio de la otredad.
 Poro a poro y a tientas nos despeñascamos en el cielo.
Seguimos la ruta de las golondrinas

extraviadas en un vasto mar de espejos y delirios.
Hasta llegar a la tierra prometida
donde nuestros vientres exudan el clamor más antiguo de los hombres.
Vuelto agonía, presagio,  temor
a la pérdida de ese aroma que enturbia el sentir.
Qué ardid más flamoroso
 el que emana de tu concha marina,
atrapando mi sustancia, para volverla reptil sobre la arena.
Qué desliz más fragoroso que perderme en tus aguas de cristal,
Reflejo, andamio que trepo para tocar quedo esa otra parte de ti
que alumbra en medio de la noche.
Y así lamer, alucinado los bordes de tus labios,
en pares de dos hasta llegar a cuatro.
Y así chupar la geografía de tus pezones,
perderme en los pasadizos secretos de tus ansias.
Y en tu muelle arrojar las redes al mar
para atrapar el reflejo de la luna 
ataviada con las luces de tu morir-renacer.



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